Humor de Manadas (o el sentido común cavernario)
4 minutos de lecturaAsí como el pensamiento se puede expresar coloquialmente con gravedad, solemnidad y en tono serio; también se puede transmitir con ironía o sarcasmo, en diversos grados de tonalidades humorísticas o que pretenden ser graciosas. La espontaneidad revestida de chacota a veces nos “traiciona” y hace públicos pensamientos o emociones que la inteligencia social civilizada aconsejaría reprimir o callar. Porque lo que nos ocurre o se nos ocurre igualmente sucede en nuestra cabeza: no es que “no lo pensemos o que no se nos ocurra”. Es lo que pasa con los sentimientos discriminatorios de las personas que culturalmente tienen, por ejemplo, una formación machista o racista. Sin embargo, racionalmente nos podemos dar cuenta que esas creencias y prejuicios son “desubicados” en la sociedad actual. Entonces, generalmente, nos expresamos inteligentemente “con filtro”; o simplemente decimos lo que pensamos en un acto que resulta exhibicionista, provocador u ofensivo para las personas discriminadas e indignante para quienes ya no aceptan discriminaciones que hasta hace muy poco estaban naturalizadas en nuestra “convivencia”.
Un canal habitual del sinceramiento discriminatorio es el humor, en sus diversas tonalidades. Y aparece reiteradamente la pregunta sobre “los límites del humor”. Pienso que la ocurrencia humorística no tiene límites. Simplemente sucede en el hallazgo de lo cómico en algo o alguien, en un dicho, una imagen, un recuerdo, en alguna situación. Sin embargo, “confesar” o “publicar” esa ocurrencia puede tener límites de diverso tipo que están determinados por el contexto cultural y la pertinencia según las audiencias. El humor está relacionado con la inteligencia social, con la sociabilidad. Los límites pueden ser legales, de calidad (en el caso del humor profesional), morales, políticos, etc. También éticos. Pero el humor existe igual en la persona, aunque la realidad externa y social aconseje o prohíba dejar en el silencio la ocurrencia humorística que nace inevitablemente en la cabeza.
En ese sentido, no hay asuntos de los cuales no nos podamos reír (y nuestros múltiples yoes tendrán que pelear en su congreso interno). Pero nuestro natural instinto de conservación en sociedad reprime la risa pública de temas socialmente desubicados, aunque la provocación muchas veces es un mecanismo de la sátira, que contiene expresiones irónicas y sarcásticas. Y la sátira normalmente es políticamente incorrecta. Por otra parte hay chistes que no son adecuados para niños y niñas y los chistes que se cuentan en los funerales se hacen lejos del ataúd y de la viuda.
Hoy día, cuando afortunadamente para las nuevas generaciones –de mujeres y hombres- el feminismo no es una amenaza sino un movimiento cultural democrático que busca revalorizar a las mujeres que han sido sojuzgadas por los sistemas de dominación, no es aceptable socialmente banalizar las causas antidiscriminatorias ni re-proponer situaciones que en buena hora están en vías de superación. En una columna, Paula Escobar afirma: “No hay avance sin reacción. Y en la votación de Kast hay un voto masculino en rebelión contra los avances de las mujeres”. Esa reacción la ilustra groseramente un diputado del Partido Republicano –el partido del candidato presidencial- quien sin filtro ha frivolizado y justificado las violaciones de mujeres, el ataque que dejó ciega a Fabiola Campillai, cuestionando –además- el voto femenino, entre otras expresiones misóginas, homofóbicas y xenófobas que se han “explicado” –en una reiteración del comportamiento- atacando a quienes no entenderían lo que es un “sarcasmo”. Es decir, ya que se trata de entender, se trata de una burla sangrienta, cruel, hiriente, que ofende o maltrata. Una expresión agresiva, como el bullyng y el acoso, propia del humor de manadas –que hoy pueden ser virtuales-, que ya no es graciosa. La tribu masculina debe pensarlo dos veces.
En las campañas presidenciales, por unos votos más, es común que existan los silencios tácticos; para no perjudicar al candidato que representa al grupo. En el caso del “republicano”, la derecha reaccionó rápido para ponerle un bozal: “Eso no se dice”. Lo importante es que esa convicción interna, propia de un sentido común cavernario, no se traduzca en comportamientos (in)humanos ni en políticas públicas, como aquellas que promovió Kast en la campaña de primera vuelta.
Jorge Montealegre I.
Escritor, profesor de la Usach. Red de Investigación y Estudios del Humor (RIEH)