Arturo Illia y Salvador Allende, una amistad de cuatro décadas
4 minutos de lecturaA 58 años de la asunción del presidente radical, el 12 de octubre de 1963
Para Arturo Illia, que gobernó la Argentina entre 1963 y 1966, la medicina y la política eran los vehículos con los que canalizaba su vocación de servidor público. Sabía que no era el único con similares aspiraciones y eso lo comprobó a principios de agosto de 1936 en ocasión del Primer Congreso Argentino contra el Racismo y el Antisemitismo llevado a cabo en el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires. Como presidente de la delegación de Córdoba, participó activamente de las deliberaciones y tuvo la oportunidad de tratar a otros dos espejos de su realidad como Alicia Moreau de Justo y un joven chileno de nombre Salvador Allende.
La viuda de Juan B. Justo, autora del primer proyecto de ley de voto femenino, era por entonces miembro prominente del partido. Ella había instalado un consultorio ginecológico sobre la calle Esmeralda, de Capital, donde atendía de forma gratuita a mujeres de bajos recursos y a prostitutas.
Salvador Allende, de 28 años, ya se desempeñaba como diputado nacional y, según le expesó a Illia, sentía la necesidad de demostrarle a su gente que la juventud no era óbice para legislar. Al mismo tiempo, trabajaba como ayudante de anatomía patológica del Hospital Carlos van Buren de Valparaíso, y donaba su escaso sueldo al Partido Socialista de Chile, del cual fue uno de sus fundadores en 1933.
Arturo Illia era senador departamental por Cruz del Eje, Córdoba, pero siempre encontraba tiempo para brindar sus servicios como médico de los sindicatos ferroviarios.
La amistad con Salvador Allende siguió a lo largo de los años con múltiples encuentros presenciales y un profuso intercambio epistolar.
“Para los radicales, el socialismo no es ningún tabú. El socialismo es para nosotros inseparable de la noción de libertad. Sin comprometer nuestra independencia, admitimos las afinidades existentes entre nuestra doctrina y la de muchos partidos que se agrupan en la Internacional Socialista. Hemos dado nuestra definición. Nuestra lucha se basa en la persuasión, el diálogo y en la fuerza de las ideas. Todos los que creen en la democracia son nuestros aliados”, le señalaba Illia en una carta fechada en agosto de 1961.
Ya como presidente, Arturo Illia lo consultó en múltiples oportunidades, sobre todo antes de entrevistarse con su par chileno Eduardo Frei el 28 de octubre de 1965 en Mendoza, en donde propuso la constitución de una Confederación Argentino Chilena con capital en la ciudad de Córdoba que hubiese generado importantes beneficios para ambos lados de la cordillera. Por lo visto, el concepto de Patria Grande ya anidaba en los espíritus de Illia y Allende.
El golpe de Estado del 28 de junio de 1966 que lo desalojó del poder dejó trunca esa posibilidad. Illia volvía al llano y cuatro años más tarde, el 3 de noviembre de 1970, su amigo Salvador Allende asumía la presidencia de Chile. Se iniciaba así la experiencia de la Unión Popular, una coalición de partidos de izquierda que llegaba al gobierno por las urnas.
La última vez que se vieron fue el 25 de mayo de 1973. Salvador Allende había llegado al país para participar de los actos de asunción del presidente Héctor Cámpora. Por la tarde, ofreció una recepción en la embajada de Chile a la que Illia fue especialmente invitado.
A principios de los 80, siendo estudiante de Derecho, tuve la oportunidad de mantener varias reuniones con Arturo Illia. En una de ellas, me relató sus impresiones de este postrero encuentro.
–-Cuando nos vimos, me abrazó y de inmediato me avisó que su gobierno tenía los días contados y que el golpe de Estado era inevitable porque la clase profesional, en referencia a la clase media, no apoyaba sus reformas y sin ella era imposible gobernar. Menos de cuatro meses después, los militares bombardeaban el Palacio de la Moneda y mi querido Salvador tomaba la trágica decisión de suicidarse antes que firmar su renuncia –me relató el gran demócrata.
El dictador Augusto Pinochet asaltaba el poder en Chile, años más tarde hacía lo propio Jorge Rafael Videla en nuestro país, y la integración argentino chilena que soñaron esos dos amigos casi se transforma, en 1978, en una guerra insensata por el Canal de Beagle.
Cumpliendo la promesa de campaña electoral, Illia anuló los leoninos contratos petroleros firmados por Arturo Frondizi con compañías norteamericanas. Lo hizo por irregularidades jurídicas, pero también por motivos económicos: el metro cúbico de petróleo de igual calidad importado desde Rusia costaba por entonces 13,02 dólares puesto en el puerto de Buenos Aires, mientras que, por los contratos de Frondizi, las empresas concesionarias recibían del gobierno 15,20 dólares por el petróleo argentino colocado en el mismo puerto.
Al asumir el gobierno, formó una comisión presidida por profesores de Farmacología de la Universidad de Buenos Aires para estudiar la calidad de los medicamentos, y otra experta en costos, para evaluar sus precios. Luego de analizar unas 30.000 muestras, se llegó a la conclusión de que varias fórmulas de los laboratorios suizos no contenían ni los ingredientes ni las drogas que mencionaban los prospectos que habían servido de base para obtener la autorización de venta por el ministerio de Salud.
El despacho de la comisión de costos fue aún más contundente: los remedios se vendían con un margen de ganancia superior al 1000 por ciento.
Inmediatamente se envió un proyecto de ley al Congreso para congelar el precio de los medicamentos.
A Illia y a Allende los derrocaron las mismas fuerzas de siempre, las que sólo piensan en mantener sus privilegios.