El gallito argentino
4 minutos de lecturaAlberto Fernández se resiste pasar a la historia argentina como el Presidente que agachó la cabeza y le dijo “amén” a su Vicepresidenta y líder del ala de izquierda del Peronismo, Cristina Fernández de Kirchner, quien demandó un drástico giro de timón para responder a las demandas ciudadanas.
Demandas que el domingo pasado se expresaron en una paliza electoral que sufrió el oficialismo en las llamadas PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) para elegir las listas de los partidos que se presentarán a las elecciones parlamentarias de noviembre próximo, en que se renueva la Cámara de Diputados y una parte del Senado.
En las primeras 48 horas, tras la debacle en las urnas, el Kirchnerismo (denominación que tiene el ala que responde a Cristina) mandó distintos mensajes a la Casa Rosada, en los que se responsabilizó de la derrota a las políticas erradas del gobierno para enfrentar la pandemia del coronavirus, reflejadas –entre otros índices- en una pobreza que supera el 40 por ciento, una inflación por encima del 30 por ciento en lo que va del año, un desempleo galopante y, lo que es más dramático, más de 110.000 muertos por el Covid 19.
Los dardos kirchneristas apuntaron principalmente a dos de los alfiles de Fernández: el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, y el ministro de Economía, Martín Guzmán, Este último lleva a cabo en estos días una renegociación de la abultada deuda argentina pactando con el Fondo Monetario Internacional.
Cristina Kirchner, quien esperaba que el Presidente pidiera el lunes la renuncia de su ministros y reorganizó su gabinete con miras a revertir el resultado en noviembre, perdió la paciencia al ver que los mensajes de sus colaboradores no surtían efecto inmediato en el Mandatario. Este, por el contrario, se mostró el lunes acompañado de su ministro de Economía e insinuó que no haría cambios en su equipo de colaboradores.
El martes Alberto y Cristina se reunieron en la quinta de Olivos para analizar el cuadro postelectoral y allí la vicepresidenta y ex Mandataria le planteó de nuevo al Presidente la necesidad de aplicar urgentes medidas económicas, pero con otros rostros.
En el resto de la jornada no hubo respuesta presidencial, por lo que el miércoles Cristina instruyó a los ministros de su sector que pusieran sus cargos a disposición, provocando virtualmente una crisis de gabinete, pese a que las renuncias no tenían el carácter de indeclinables.
La decisión de la jefa del kirchnerismo hizo estallar por los aires la relación con la Casa Rosada. El jueves, el Presidente Fernández le respondió a través de un twitter sin medias tintas: “eso sigue en pie”, dijo refiriéndose a la alternativa de hacer cambios en su gabinete, tema conversado el martes con Cristina. Pero agregó: “he oído a mi pueblo. La altisonancia y la prepotencia no anidan en mí. La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Ella (Cristina) me conoce, sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones no me van a obligar”
Ahí ardió Troya. No pasaron muchas horas y Cristina le respondió a través de una carta pública en que le pidió a Fernández (a quien ella designó para encabezar la fórmula presidencial en las elecciones de 2019) “que honre la voluntad del pueblo argentino”
La misiva contiene 20 párrafos y en su parte medular pide al gobierno que destine más recursos a la población para paliar los efectos de la pandemia.
En concreto, demanda al gobierno que destine a ayudas sociales el 2,1 % del PBI que resta ejecutar del 4,5 % de déficit fiscal contemplado en el Presupuesto de este año.
En la carta, Cristina recuerda que se reunió este año 19 veces con el Jefe del Estado, a quien le hizo ver las urgentes necesidades del pueblo por las prolongadas cuarentenas aplicadas por el Ejecutivo, que golpearon fuertemente en los ingresos familiares.
La crisis está en pleno desarrollo y su eventual solución no puede tardar más allá de este fin de semana.
Los analistas políticos son pesimistas y plantean que el Presidente Fernández tiene tres opciones, y todas malas: “primero, acatar las demandas de su Vicepresidente; segundo, no hacer nada y esperar un resultado todavía más adverso en los comicios de noviembre y, tercero, renunciar a su cargo”. En caso de optar por la primera salida, su autoridad quedaría debilitada al extremo y sería una figura decorativa en los dos años que le restan de mandato; en la segunda, el gobierno podría sufrir una derrota aún más abultada en noviembre y en la última, dejaría el cargo en manos de Cristina Kirchner.