octubre 17, 2025

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Los misiles que nadie quiso cuestionar

3 minutos de lectura

Por Jaime Villarroel

Llevo días observando la cobertura sobre lo ocurrido en las costas venezolanas. Las imágenes se repiten, los titulares cambian de enfoque, los expertos analizan la estrategia, la tecnología, las implicancias políticas.
Pero hay algo que casi nadie menciona:  está mal lanzar un misil sobre una embarcación sin detener a nadie, sin presentar pruebas, sin un juicio.
Eso, en cualquier parte del mundo, se llama ejecución.
No hablo desde la simpatía por Maduro.
No soporto las dictaduras, sin importar su color o su bandera.

Quien intenta perpetuarse en el poder, quien reescribe la Constitución a su medda, ya cruzó la línea.
Pero en este caso, la pregunta no es sobre Venezuela, sino sobre nosotros.
Sobre cómo naturalizamos la violencia cuando la ejerce quien dice representar “la libertad”.
Si Estados Unidos tiene la tecnología para disparar un misil con precisión milimétrica, ¿no tiene también la capacidad para interceptar la nave, detener a sus tripulantes, inspeccionar la carga y mostrar pruebas?
Nos dicen que eran narcotraficantes.
Bien, entonces que se muestre la evidencia, que se abra un proceso, que exista defensa.
Porque si no hay juicio, no hay justicia: es poder puro, ejercido a distancia, sin rostro, sin ley.
Y eso es lo más inquietante: nadie lo discute.
No es que los medios callen el hecho —por el contrario, lo cubren con entusiasmo—, sino que nadie parece ver el problema ético y legal detrás de la noticia.
El análisis se queda en la superficie: en la eficiencia del operativo, en la “precisión quirúrgica” del misil, en el mensaje geopolítico que se envía al mundo.
Pero, a mi juicio, no  se aborda  lo esencial: ¿cuándo aceptamos que matar sin juicio puede ser presentado como un acto legítimo, digno de ser aplaudido?
Tal vez estamos anestesiados.
Demasiada información, demasiadas guerras, demasiadas imágenes en directo.
La frontera entre la verdad y la propaganda se volvió difusa.
El aplauso fácil de los telespectadores dice más de nosotros que de la noticia. La venganza, convertida en espectáculo, se confunde con justicia frente a un enemigo difuso que apenas comprendemos. Así se normaliza la violencia ejercida desde el poder, como si el monopolio de las armas bastara para justificarlo todo.
Y el periodismo, que debería ser el espacio de la duda y la verificación, parece haber renunciado a incomodar.
No sé en qué momento dejamos de hacer la pregunta más simple:
¿Y si están equivocados?
¿Y si no era lo que nos dijeron?
¿Y si, detrás de la explosión, hubo personas que nunca tuvieron derecho a defenderse?
¿Y si, se coló un niño entre la tripulación?
El silencio frente a esas preguntas no es neutralidad: es complicidad.
Mientras no se exijan pruebas, juicios y responsabilidades, cada misil lanzado con aplausos será un recordatorio de cuánto hemos cedido de nuestra libertad en nombre de una supuesta seguridad. 

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