Basta de trumpismo criollo
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Por Jaime Villarroel
Hay momentos en que el silencio no es una opción. Como periodista que cree profundamente en la democracia, en el valor del debate público honesto y en la transparencia como pilares de la convivencia nacional, no puedo dejar de expresar mi profundo desconsuelo frente a lo que hemos presenciado en las últimas semanas.
La denuncia de Evelyn Matthei no es solo un hecho político. Es un síntoma. Una señal de alerta. Porque no fue el debate de ideas ni la deliberación democrática lo que erosionó su camino. Fue una campaña soterrada, cobarde, de desinformación, ataques personales y manipulación emocional, promovida por cuentas anónimas y amparada —si no orquestada— por sectores que han importado las peores prácticas del trumpismo, más allá de las legístimas diferencias políticas que puedan existir con su candidatura.
Difundir falsedades, editar videos para insinuar problemas de salud mental y luego victimizarse cuando se es descubierto no solo es una táctica sucia: es un cáncer para la democracia. Y más grave aún es ver cómo quienes se llenan la boca hablando de libertad, diversidad y defensa de las ideas terminan recurriendo al matonaje y a la deshumanización del adversario para obtener réditos personales.
Lo más preocupante es que esta forma de hacer política no se limita ya a los partidos o a las redes sociales. Está comenzando a permear otros espacios fundamentales de la vida social. En universidades, empresas e incluso instituciones del Estado, vemos cómo se utilizan mecanismos similares: rumores que destruyen trayectorias, campañas ocultas para desacreditar a quienes piensan distinto, y estrategias de victimización cuando la verdad sale a la luz. Se está instalando un clima de sospecha y polarización que amenaza con degradar la confianza y la convivencia en todos los ámbitos.
Lo más triste es que Matthei no encontró respaldo suficiente ni siquiera en su propio sector para frenar esta forma degradada de hacer política. La dejaron sola. Y con eso, no solo perdió ella como figura, sino que abrimos la puerta a una forma de acción política que amenaza con traspasar la frontera de los partidos y normalizarse en la sociedad.
Hoy, quienes creemos en la democracia debemos decir basta. Basta de tolerar la mentira como estrategia. Basta de confundir libertad de expresión con libertinaje comunicacional. Basta de permitir que se destruya al otro en nombre de una causa. Quienes creemos en el valor de la palabra y en el poder transformador de la verdad no podemos seguir callando.
Porque si la democracia se degrada, no será por una carta, un tuit ni por un meme viral. Será por nuestra indiferencia.